Publicado el 13/10/2022
Este texto fue nuestra contribución al evento Camino Federal hacia la Cumbre C40, el 5 de agosto, en anticipación a la Cumbre Global de Alcaldes C40, a realizarse del 19 al 21 de octubre en Buenos Aires.
Estamos atravesando una crisis civilizatoria sin precedentes. Se puede considerar que esa crisis tiene cuatro pilares: Uno climático y de contaminación, otro económico, otro de inequidad, y otro de agotamiento de recursos o bienes comunes naturales. Entre estos bienes comunes naturales están las diversas fuentes energéticas que usamos.
Los Homo sapiens existimos como especie desde hace 300 000 años y, durante el 99,9 % de nuestra existencia, solo usamos energías renovables. Básicamente, comíamos y quemábamos plantas que habían crecido fotosintetizando gracias a la energía del sol, y nos comíamos algunos bichos que, a su vez, habían comido otras plantas u otros bichos. De fondo, todo era energía solar “cosechada†hacía poquito, de una manera sustentable en el tiempo. Pero desde hace dos o tres siglos (y especialmente, en las últimas décadas) empezamos a explotar, a través de nuevas tecnologías, un tipo muy especial de energía solar: energía solar de millones de años de antigüedad, almacenada en forma de combustibles fósiles: carbón, petróleo y gas. Sobre estas tres fuentes energéticas —que en su momento fueron abundantes y baratas— basamos toda nuestra civilización actual.
El tema es que ya no son ni tan baratas ni abundantes: cada vez cuesta más extraerlas y, además, ya no hay manera de ignorar la crisis climática que su abuso generó. Sabemos que tenemos que dejar de usarlas, que tenemos que encarar una transición energética, el tema es: ¿cómo va a ser esa transición energética?
En un sistema energético, tenemos en primer lugar las fuentes de energía, en el medio los captores o las tecnologías que transforman esa energía primaria en otro tipo de energía que sea útil para nuestra sociedad y, por último, los consumos. Estos flujos de energía están a su vez atravesados por cuestiones económicas, sociales, culturales y políticas. Mientras que desde nuestra visión el petróleo puede ser “solo†una fuente energética, para algunas culturas es literalmente la sangre de la tierra. Lo que queremos decir es que la “transición energética†no solo se resume a cambiar fuentes fósiles por renovables. Significa cambiar todo un sistema híper complejo y con mucha inercia.
Yendo a la primera parte del sistema, o sea, a las fuentes primarias, sabemos que tenemos que dejar las no renovables, o sea, las fósiles y la nuclear (alto delirio seguir defendiendo la nuclear, vengan de a 1), y que tenemos que ir cambiándolas por renovables. Acá surgen un par de cuestiones:
las renovables tienen límites, nunca vamos a alcanzar a generar con renovables todo lo que generamos con las fósiles,
para fabricar los aparatos que captan y almacenan estos tipos de energía se necesitan bienes comunes naturales como, por ejemplo, el litio, o diferentes tierras raras, que también tienen sus límites de disponibilidad e impactos socioambientales en su extracción,
y hay que ver qué rol cumplen las renovables en el sistema, debemos desarrollarlas en un modelo descentralizado y no bajo las lógicas mercantilistas (como se desarrollan muchas veces).
En resumen: sí a las renovables, aunque tienen sus límites. No todo lo que sea renovables necesariamente es bueno. Su desarrollo debe ser localizado, descentralizado y democrático.
El sistema económico actual se basa en el precepto de que se debe crecer infinita y exponencialmente para que la economía esté “sanaâ€. Y no existe crecimiento económico sin crecimiento del consumo de bienes comunes naturales y energía. Si algún país “crece†(o sea, aumenta su PBI) consumiendo menos materiales y energía, es porque externalizó ese consumo. O porque los números están medio dibujados. Y como tanto la energía como el resto de los bienes comunes naturales son limitados, la economía no puede crecer infinitamente. Es decir que el sistema económico actual, además de injusto, es directamente inviable. Hay que virar hacia un sistema estacionario o incluso decreciente en los consumos. Pero no todas las personas tienen que consumir menos, hay muy poquitas que consumen demasiado y muchas otras que consumen demasiado poco.
Según OXFAM, entre 1990 y 2015, el 10 % más rico de la población global generó el 52 % de las emisiones de CO2, mientras que el 50 % más pobre generó solo el 7 %. Y eso está directamente relacionado con el acceso económico y los consumos. Según la misma organización, las 80 personas más ricas tienen la misma riqueza que la mitad más pobre del mundo, o sea, que 80 bolsillos tienen lo mismo que más de 3 500 000 000 de personas juntas. Es un delirio absoluto. Si no se reducen drásticamente las inequidades, no hay futuro posible.
¿Qué se puede hacer desde las ciudades? ¿Cómo se imaginan las ciudades del futuro? ¿Son las ciudades cada vez más inclusivas y equitativas? ¿Cómo se dan los consumos energéticos en las ciudades? Además de los consumos directos de electricidad o gas, ¿qué otro tipo de consumos hay? ¿Qué hay de la movilidad? ¿Cuánto espacio está dedicado a los autos en las ciudades? ¿Cuánta gente tiene acceso a un auto? ¿Qué impacto tiene el consumo de alimentos? ¿De dónde vienen nuestros alimentos? ¿Bajo qué sistema se produjeron? ¿Qué superficie debería tener un “cinturón verdeâ€, para que pueda alimentar a una ciudad del tamaño de Rosario? ¿Y de Buenos Aires? ¿Y qué pasa con los residuos? ¿Cuánta energía se irá en los camiones que mueven el millón de kg de residuos diarios que genera Rosario? ¿Adónde van a parar? ¿Qué pasaría si se compostara descentralizadamente? ¿Qué pasaría si se incluyera realmente a cartoneras/os en los sistemas de recolección de residuos? ¿Construimos nuestros edificios intentando que ahorren energía sin reducir el confort? Vos, que vivís en un 1er piso en el centro de Rosario, ¿cuándo fue la última vez que viste el sol? ¿Y otras estrellas? ¿Cuánta gente hay viviendo en las ciudades en casillas de chapa y pallets sin electricidad, gas, agua ni cloacas? ¿Cuánta gente hay sin espacio de esparcimiento, sin seguridad? ¿Conocés a tus vecinos y vecinas?
Las ciudades son netamente energívoras. Consumen enormes cantidades de energía y bienes comunes naturales, y generan residuos que el “afuera†(como si hubiera un “afueraâ€) debe absorber “mágicamenteâ€. En un futuro de descenso energético como el que tendremos, hay que apostar por las ciudades pequeñas y medianas, que puedan combinar producción y consumo, en las que los alimentos, siempre agroecológicos, recorran la menor distancia posible. También hay que fortalecer a las poblaciones campesinas y comunidades que quieren seguir habitando la ruralidad, cada vez más despoblada en un país como el nuestro, que es uno de los más urbanizados del mundo. Más del 90 % de las personas viven en ciudades en Argentina. Y cabe preguntarse, en un escenario de descenso energético, ¿son viables ciudades de un millón de habitantes? ¿Y de diez millones? Los financiamientos internacionales, ¿no convendría que vayan a reforzar ciudades pequeñas y medianas y comunidades rurales? Tanto desde las escuelas como desde las universidades, ¿estamos educando para un futuro de inevitable descenso energético?¿Qué rol están jugando los Estados frente a estos escenarios? ¿Y las corporaciones? ¿Y la ciudadanía?
Por los ineludibles límites biofísicos, el descenso energético es inevitable. El tema es, ¿qué transición vamos a llevar adelante? Los límites biofísicos condicionan el tipo de ciudades y sociedades que vamos a tener, pero no imponen un modelo determinado. No implica que tengamos que vivir peor. De hecho, puede mejorar la vida de muchas personas y de otros seres vivos. Con la pandemia comprobamos que se pueden hacer cambios grandes antes inimaginables. El tipo de transición que vayamos a tener depende de los futuros que imaginemos y por los que luchemos. Luchemos por una transición justa.